El cristo interior by Javier Melloni

El cristo interior by Javier Melloni

autor:Javier Melloni [Melloni, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Herder Editorial
publicado: 2012-09-19T05:00:00+00:00


3

«Que no se haga mi voluntad, sino la tuya»

(Lc 22,42)

L

as opciones del ser humano se extienden entre dos confines: Edén y Getsemaní. Allá, en el Paraíso, el jardín mítico que atraviesa todas las edades y todos los lugares, el ser humano no supo ni sabe aceptar sus límites. Hemos recibido la vida como don pero somos incapaces de esperar a recibir el fruto del Árbol que hay plantado en el centro del jardín. Ese fruto es intocable porque indica el núcleo sagrado de cada persona y de cada cosa. La prohibición es un modo de asegurar la demarcación de los límites para que nadie se apodere del cofre que cada uno custodia. La avidez nos impacienta y acabamos invadiendo el espacio ajeno, arrebatando un don que no nos pertenece, sino que está confiado a la alteridad. Se desintegra así la armonía del Paraíso y nos condenamos a nosotros mismos a vivir en el exilio. Sospechamos unos de otros y nos acusamos mutuamente por nuestras transgresiones entre árboles mutilados sin frutos que nos nutran ni hojas que nos cobijen.

No podemos apropiarnos de la vida. No podemos arrancarla. Sólo la podemos recibir. En Getsemaní, el Hijo del hombre renuncia a su pulsión de apropiación —hacer su voluntad a toda costa— para entregarse a una Voluntad que le sostiene. Getsemaní está a las puertas de Jerusalén, ciudad de la paz, puerta del Paraíso para la tradición hebrea. Para pasar por ella hay que ceder a la propia voluntad de afirmación y renunciar a toda forma de arrebatamiento: «No vine a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 5,30); «el que me envió está siempre conmigo, porque yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8,29).

Pero este hacer la voluntad de Dios es todavía un verbo incompleto. Lo que está en juego no es hacer la voluntad de Dios, sino ser su voluntad. Y ésta no es otra que Dios llegue a «ser todo en todos» (1Cor 15,28). Para ello, las criaturas se han de desalojar de sí mismas. Tal es el misterio de existir: se nos da el ser a través de una existencia individual para que aprendamos a abrirnos, de modo que, convertidos en receptáculos, seamos la manifestación de su Ser.

Sutil es la frontera semántica que separa la divinización del endiosamiento, pero opuestos son sus dinamismos. El endiosamiento lleva a la absolutización del yo, mientras que la divinización conduce a su olvido en el Tú de Dios y de los otros, en una donación cada vez mayor. En Jesús reconocemos la divinización del hombre, no su endiosamiento. Aceptar ser la voluntad del Padre le supone dejar de autoafirmarse frente a los que le quieren exterminar. Los diversos poderes conspiran contra el Inocente que anuncia un modo de vivir sin poder. Se desatan los miedos ancestrales de los hombres acostumbrados a ejercer con violencia su voluntad para protegerse de la agresión de otros.

La cruz es un Árbol sin hojas que se alza en el exilio, fuera del Edén y de las murallas de Jerusalén.



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